Comentario
A causa de la escasez de fuentes conocemos muy pocos aspectos de la política que llevaron los gobernadores de Córdoba durante estos primeros decenios de la historia de al-Andalus. Se perciben enfrentamientos entre los conquistadores. Los que primero entraron en la Península habían sido beréberes recién islamizados. Ibn Hazm, en el siglo XI, fue el único autor que nos dejó algunas indicaciones sobre los grupos tribales que pasaron a al-Andalus en la época de la conquista. De los datos que proporciona y de los personajes que aparecen en los textos de la época del emirato podemos sacar la conclusión de que numerosos elementos tribales -masmuda, nafza, wazdadya, malzuza, zanata, miknasa, madyuna, awraba, zuwara en particular- se establecieron en la Península con Tariq o después de él atraídos por las perspectivas de enriquecimiento que abría la nueva conquista. No sabemos cómo estos beréberes de la primera inmigración, que eran elementos militares, se articularon con los cuadros del yund árabe establecido en al-Andalus. Más tarde, las informaciones que poseemos sobre estos yund sólo hablarán, en todo caso, de los elementos árabes. Pero las mismas crónicas no dejan lugar a dudas respecto del hecho que muchos beréberes se quedaron en España. Los encontraremos en repetidas ocasiones.
Parece ser que Musa b. Nusayr asentó el poder relativamente fuerte que se había forjado en Occidente, poder que levantaría seriamente la ira del califato, no sólo sobre los árabes y los mawali que debían pertenecer principalmente al grupo árabe de lajm -tribu de los árabes del sur o del Yemen a la que pertenecía el propio Musa- sino también sobre elementos beréberes. Según la Crónica mozárabe, al-Hurr, el gobernador que fue nombrado a continuación, tomó medidas contra los beréberes instalados en Hispania a los que reprochaba haber ocultado tesoros, es decir, probablemente, haber ocultado botín no declarado al Estado para evitar la sustracción del quinto legal o jums. Sin embargo, no sabemos si estas medidas pueden considerarse de represión contra los que habían apoyado a Musa. Una decena de años más tarde, hacia el año 729-730, tanto las fuentes árabes como la crónica cristiana hacen constar los disturbios que origina, al norte de la Península, un jefe beréber llamado Munusa, que controlaba la Cerdaña y que se había aliado con el duque Eudo de Aquitania, con cuya hija, Lampegia, se habría casado. Fue necesaria una importante expedición militar conducida, en el año 731, por el gobernador, Abd al-Rahman al-Ghafiqi -el mismo que llevaría la campaña de Poitiers al año siguiente- para terminar con esta disidencia. La causa de esta revuelta que evoca la crónica latina es la opresión de la que habrían sido víctimas los beréberes.
El problema beréber, todavía leve pero que tomará tintes más fuertes unos años más tarde, parece en efecto haber sido motivado por disensiones o rivalidades árabes cuyos motivos siguen siendo poco claros para nosotros. En Oriente, sabemos que los califas omeyas de la primera mitad del VIII tuvieron que tomar en cuenta el antiguo enfrentamiento que se había declarado entre dos conjuntos tribales que se relacionaban el uno con los árabes del Norte o qaysíes, los otros con los árabes del Sur o yemeníes. Se apoyaron unas veces en unos y en sus oponentes en otras ocasiones. La interpretación puramente tribal de estas rivalidades ha sido fuertemente contestada por el historiador árabe Shaban, que rebate que los árabes de esta época no fueran capaces de elevarse por encima de las rivalidades y envidias de tipo étnico. Ve en estas denominaciones tribales una forma de designar verdaderos partidos o, al menos, tendencias con contenido político. Los qaysíes habrían sido una especie de halcones partidarios de seguir la expansión militar y mantener un estricto control político-social de los árabes sobre el conjunto del Dar al-Islam, mientras que los yemeníes habrían sido partidarios de una política más flexible, menos orientada hacia las conquistas exteriores y más preocupada por una integración satisfactoria en la Umma o Comunidad de los Creyentes de los neo-musulmanes no árabes.
Sea cual sea la realidad de estas interpretaciones, los califas Abd al-Malik (685-705) y su hijo Walid I (705-715) parecen haber llegado a mantener cierto equilibrio entre las dos tendencias, que se habían opuesto con violencia anteriormente, cuando el acceso al poder de Marwan I, padre de Abd al-Malik, en el año 684 (Marwan había accedido al poder con el apoyo de los yemeníes que habían derrotado a los qaysíes en la batalla de Mary Rahit). Musa b. Nusayr, vinculado a la tribu yemení de Lajm, había sido nombrado gobernador de Qairawan por Walid. Parece ser, como dijimos antes, que su política integradora, en cuanto que asoció a los beréberes en la expansión en España, había sido conforme a las tendencias de su clan. Esto no le ahorró la cólera del califa Sulayman (715-717), considerado muy pro-yemení. La política de Umar II (717-720), que detuvo una ofensiva contra Constantinopla y buscó soluciones a los graves problemas sociales y fiscales planteados por el creciente número de conversos, puede ser igualmente considerada yemení.
Yazid II (720-724) recibió, por el contrario, la influencia de un entorno proqaysí, cuya política suscitó, al menos parcialmente, disturbios de carácter tribal en Iraq y Siria. Se observará que bajo su reinado la expansión hacia Occidente se vio reactivada tras el parón que tuvo durante el reinado de Umar II, de quien se dice incluso que tuvo la intención de abandonar España porque opinaba que en ella los musulmanes estaban demasiado expuestos al peligro. Parece claro que hasta su muerte, en el año 721, no se reanudó la política de expansión en la Galia y que los musulmanes -no sabemos muy bien si ya habían ocupado Narbona o no- atacaron Septimania, Provenza y Aquitania. Los gobernadores nombrados por Yazid en Qairawan y en Córdoba siguieron una política muy dura hacia los autóctonos. En Qairawan la situación motivó una revuelta de los beréberes de la guardia del gobernador Yazid b. Abi Muslim, a quien asesinaron ya en el 721. Por su parte, Anbasa b. Suhaym al-Kalbi, nombrado para Córdoba, habría agravado mucho la fiscalidad de los cristianos y judíos y siguió con gran empuje las actividades militares en la Galia meridional, donde Narbona, Carcasona y Nimes fueron ocupadas y donde una expedición avanzó hasta Autun.
Los historiadores especializados en época omeya consideran que el reinado del califa Hisham (724-743) fue pacífico. Hugh Kennedy escribe: "Como todos los soberanos más sabios y más felices de su dinastía, se esforzó en dominar las diferencias qaysí-yemení y evitar en la medida de lo posible la confrontación. Bueno prueba de su éxito son los diecinueve años de reinado más pacíficos de todo el siglo omeya, al menos en lo que respecta las oposiciones internas". Pero, de hecho, esto no es verdad más que en lo que concierne a Oriente. Las realidades en Occidente eran mucho más complejas. En el Magreb, se designó gobernador a Ubayd b. Abd al-Rahman al-Sulami (732 ó 735-741), que llevó una desmedida política anti-yemení. Se le atribuyen persecuciones violentas contra sus adversarios kalbí-yemeníes. En cuanto a los beréberes, habrían mandado una delegación al califa para quejarse de sus actuaciones, pero no fue ni recibida por él. La atmósfera en España parece haber sido igualmente tensa. El gobernador al-Haytham b. Ubayd al-Kalbi (729-730) habría tomado medidas tan abierta e injustamente hostiles a los yemeníes que una delegación enviada por ellos ante el califa consiguió que éste mandara a otro gobernador que lo destituyó al cabo de un año. Dos años más tarde, en el 732, se nombró a otro gobernador pro-qaysí, Abd al-Malik b. Qatan al-Fihri, cuyos dos años de gobierno estuvieron también marcados por una parcialidad tribal muy mal llevada por los yemeníes.